Monkey pox virus, a new world problem of modern humanity. Close-up of the hands of a sick person with pimples and blisters. Smallpox vaccine.

José tenía fiebre, fatiga, los ganglios inflamados y unas ámpulas extrañas. Estaba seguro que había contraído la viruela del mono. Fue a una clínica de la Ciudad de México, pero no lo atendieron. Era el 12 de julio de este año, 19 días después de que la Secretaría de Salud emitió una alerta epidemiológica por esta enfermedad.

El joven, a quien llamaremos José para proteger su identidad, llegó muy temprano al Centro de Salud T-II 25 de julio, en la colonia San Felipe, en la alcaldía Gustavo A. Madero

Al llegar estaba preparado para que se desplegara en la clínica un operativo como de película, en el que él terminaría hospitalizado y en aislamiento para poder observar su evolución y evitar que contagiara a alguien más. No sucedió.

En el T-II 25 de julio, de la Secretaría de Salud de la Ciudad de México (Sedesa), a donde José llegó a las 7 de la mañana, una enfermera salió a decirles a quienes esperaban en fila que ya no habría consulta. Solo habían recibido a cinco personas.

Tenían otra fila de sospechosos de COVID, ellos eran prioridad y no había personal para atender a nadie más.

José le dijo a la enfermera que él iba por un caso delicado. Delante de todas las personas ella le pidió que le explicara de qué se trataba. José le aclaró que era un tema confidencial.

“Bueno, de todas maneras no hay consultas, si es urgente vete al centro de salud de La Villa (también de Sedesa)”, le respondió la enfermera.

Obedeció y se fue para allá, al T-III Doctor Manuel Cárdenas de la Vega, un centro de mayor capacidad que el 25 de julio. Lo que encontró en ese lugar fue descontrol y discriminación.

“En cuanto les dije de las ámpulas, sentí el rechazo. La enfermera ya ni terminó de tomarme los signos vitales. Me pasó con una doctora que no me pidió ningún dato ni nada, solo me dijo que me iban a atender en epidemiología.

Me dejaron más de una hora esperando en la sala común. Yo me sentía muy mal, tenía fiebre, dolor de cuerpo, fatiga, los ganglios inflamados y las ámpulas. Me desesperé y mejor me fui para no contagiar a nadie más. Nadie me detuvo a la salida”, cuenta José.

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