JAPÓN.- El sector económico que más sufrió durante la pandemia fue el del turismo. Con los aviones en tierra y la población confinada, los alojamientos y la hostelería se quedaron sin ingresos. Fue un desastre para algunos, y una bendición para otros. Sobre todo para quienes están hartos del turismo masivo y de la gentrificación que provoca. Pero esa alegría fue efímera, porque el fin de las restricciones provocó un ‘consumo de venganza’ que se ha traducido en un rebote sin precedentes. Los récords que el turismo marcó en 2019 ya se han rebasado.

En Japón, donde 2023 se cerró con un 20% menos turistas internacionales que antes de la pandemia, se han propuesto impedir que eso suceda. Y eso que sus cifras están muy alejadas de las registradas en un país como el nuestro: el año pasado recibió 25,1 millones de visitantes. Ni siquiera es una tercera parte de los 85 millones que viajaron a España, y eso que el país del Sol Naciente duplica con creces nuestra población. Vamos, que para nuestros estándares el archipiélago asiático está lejos de tener un problema con el turismo. Pero el Ejecutivo de Tokio discrepa, porque ve que en los últimos meses se han superado las cifras de 2019, y ha puesto en marcha una batería de medidas para combatir la masificación y diversificar el sector.

Los dirigentes saben que los japoneses no están contentos con tanto extranjero en sus calles: un 80% de los residentes de Kioto, la capital cultural y uno de los principales imanes turísticos, se queja de que los visitantes molestan. Mucho. Tanto que el Ayuntamiento ha decidido prohibir su entrada en algunas zonas de la ciudad. Concretamente en el barrio de Gion, hogar de maikos y geishas. Sus estrechas callejuelas estarán vetadas a los turistas. «No queríamos tomar esta medida, pero estamos desesperados. Esto no es un parque temático», se quejaba uno de los responsables del concejo vecinal, Isokazu Ota, en declaraciones a The Guardian.

El problema no está tanto en el número de visitantes, que también, como en su comportamiento. En un país con unas reglas sociales tan estrictas como Japón, la mala educación de los extranjeros tiene difícil encaje. Se ha demostrado que las multas que estaban en vigor no son suficiente para evitar que los turistas se lancen como paparazzis a sacar fotos de las mujeres que salen de los locales de ocio, y que incluso lleguen a tocar sus sofisticados kimonos, así que han decidido cortar por lo sano.

1% del PIB es el peso económico del turismo internacional en Japón, muy alejado del 11% que este sector aporta en España.

«Las ciudades deben ser pensadas siempre para quienes viven en ellas. Hay que proteger el derecho de los residentes a no verse soliviantados constantemente. Y también hay que preservar los comercios locales, que no siempre son los que demanda el turismo», comenta Hinata Kazuo, un joven residente de Kioto. «Pero no podemos obviar que, aunque Japón depende poco de ella, el turismo es una industria que también da de comer a muchas familias -en Kioto representa un 18% del PIB-. Se debe diversificar, porque una calle puede estar llena y la paralela vacía», añade.

Es difícil alcanzar un equilibrio entre los intereses de los residentes y los de la industria turística. Entre el siempre enriquecedor contacto intercultural y la gentrificación. Sobre todo, cuando ciudades como Kioto reciben cada año viajeros que multiplican por 30 su propia población. «He instruído a todos los ministerios para que trabajen, en coordinación con el ministro de Turismo, Tetsuo Saito, para incorporar en sus políticas el plan de prevención desarrollado para lograr que se pueda vivir, visitar y aceptar el turismo», comentó el primer ministro, Fumio Kishida, el pasado mes de octubre.

Una de las peculiaridades de Japón reside, precisamente, en que cuenta con una de las sociedades más endogámicas del mundo -cuenta solo con 3 millones de extranjeros, menos de la mitad que España- y que el turismo es un fenómeno relativamente nuevo. Fue en 2003 cuando el país decidió promover esta actividad por primera vez, en parte debido a la necesidad de diversificar la economía tras la crisis de finales de los 90, en 2006 aprobó la ley que trata de impulsar la industria, y no estableció una agencia específica hasta 2008.

En cualquier caso, el gran salto llegó de la mano de los turistas chinos durante la pasada década, cuando se relajaron las restricciones para sus visados. El país vecino provocó un ‘boom’ que unos exprimieron al máximo y otros rechazaron con vehemencia, porque veían a sus vecinos como personas sucias y vociferantes que lo único que tienen es dinero. Ahora, en la era de los ‘influencers’ y los rincones fotografiables, el problema está más generalizado. Además, las décadas de estancamiento económico y de precios han hecho que la otrora carísima Japón ahora ofrezca una magnífica relación calidad-precio.

«Antes venir aquí era prohibitivo para la mayoría de la población mundial. Ahora, nuestros precios son similares a los de países europeos, y en Asia hay mucha más población adinerada», comenta Hiroshi, trabajador de un hotel tradicional -ryokan- de Yokohama. No en vano, incluso en Tokio es fácil encontrar hoteles por menos de cien euros la noche, con el aliciente adicional de que la comida puede ser sustancialmente más económica que en países como España.

Por eso, una de las principales iniciativas desarrolladas dentro del Plan para un Turismo Sostenible pasa por subir los precios y desincentivar así los viajes. Al menos, de la población menos pudiente. Por ejemplo, algunas rutas de autobús utilizadas sobre todo por turistas incrementarán sus tarifas, lo mismo que templos y parques naturales, sobre todo en los momentos de mayor afluencia. Lugares como el monte Fuji, antes gratuitos, requerirán una entrada que costará en torno a los doce euros y localidades como Hatsukaichi va a adoptar una tasa turística similar a la de diferentes lugares de Europa para lograr que el turismo deje más dinero en las arcas de la ciudad.

Pero no todo es encarecimiento y restricciones. Las autoridades niponas son conscientes de que el turismo puede acarrear un importante impulso económico y, por eso, han decidido alentar su diversificación: o sea, incentivar los viajes a zonas menos conocidas y en temporada baja. Porque, al final, la mayoría de los turistas se concentra en un puñado de destinos a lo largo de las rutas más transitadas de los trenes bala.

El Gobierno centrará sus esfuerzos de márquetin en la promoción de once lugares que ha denominado como ‘destinos turísticos modelo’ que ofrecen experiencias y paisajes que los visitantes no pueden descubrir en las ciudades. Allí se pondrán en marcha diferentes iniciativas para desarrollar diferentes tipos de turismo, como el rural o el de aventura, que aún son muy residuales en un país eminentemente urbano.

«Viajar de forma sostenible por Japón hará que te sientas unido a este país. Podrás tener una visión inigualable de las maravillosas costumbres locales a través de vínculos inquebrantables con la naturaleza. Vivir estas experiencias tan auténticas, servirán como base para inspirar nuevas ideas de viaje enriquecedoras. Te espera una opción de viaje sostenible y única en el mundo y una cálida bienvenida», publicita ya la Oficina Nacional de Turismo.

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